Claudio Zuchovicki. La Nacion
20 de octubre de 2019
Cuenta la historia que el Rey de Siam (actualmente Tailandia) acostumbraba a regalarle un elefante blanco a los súbditos con los que estaba molesto. Quienes recibían el obsequio debían darle comida especial al animal y permitir al resto de los súbditos la posibilidad de venerarlo, en visitas que le demandaban al nuevo dueño un esfuerzo enorme. ¿El objetivo? Arruinar a ese súbdito con el costo del mantenimiento.
Un elefante blanco es un modismo para expresar una posesión que es valiosa, pero cuyo costo de mantenerla se vuelve insostenible para el propietario. Esta frase se usa actualmente para referirse a un objeto o a un negocio inviable.
Con los dogmas y fundamentalismos pasa igual. Con frecuencia la gente se aferra a muchos de ellos, que en realidad surgieron en otros contextos, realidades o culturas. Y algunos comerciantes de ideas o vendedores de elefantes blancos buscan conquistar fieles usando esos dogmas. A la larga, el mantener esos fundamentalismos termina siendo una carga muy pesada para la sociedad.
La escenografía se completa con nosotros. Parece que nos gusta que nos mientan, que nos prometan. Aprendimos a crecer con "lo último que se pierde es la esperanza". Nos aferrarnos a consignas vacías y esperamos que alguien o algo nos salve. Depositamos en otros la fe de estar mejor o culpamos a otros si no vemos esas mejorías.
Les propongo utilizar el sentido común para desmitificar ciertos dogmas de nuestra cultura, que nos terminan afectando como si fueran verdaderos elefantes blancos. Empiezo citando a Ronald Reagan, quien sostuvo: "La visión gubernamental de la economía puede resumirse en unas cortas frases: ?si se mueve, póngasele un impuesto; ?si se sigue moviendo, regúlese y si no se mueve más, otórguesele un subsidio'".
- El sentido común muestra que es muy caro ser pobre en la Argentina. El exceso de proteccionismo cuida a los más ricos. Quien tiene dinero puede viajar y comprarse ropa o tecnología en otro país a mitad de precio (y le devuelven impuestos). El más pobre tiene que comprarse cosas al doble del precio que quien puede viajar. Quien tiene dinero puede comprar al por mayor, tiene varias tarjetas con descuentos o compra con Club la nacion. El pobre tiene que pagar al contado y comprar en envase chico, que proporcionalmente es más caro.
Un dogma establece la necesidad de proteger a la industria nacional. Pero los productos locales no son más caros por culpa del productor local, sino por la carga impositiva. Un producto hecho aquí vale más por lo que se paga en conceptos de Ingresos Brutos, IVA (y ojo con bajar esos impuestos, porque las provincias no aceptarán desfinanciar su burocracia). El sentido común nos dice que, finalmente, solo se financian los costos de la burocracia. Y mientras los vendedores de dogmas dicen que lo hacen por nuestra industria, la Argentina ya tiene más burócratas que industriales. Si quieren cuidar a la industria local, deberían observar que en Perú, Chile o Colombia una empresa paga 30% de cargas sociales, mientras que aquí el costo es de 67%.
Ya no sé si es un tema de educación, o si obviamos "el sentido común".
- Hay un dogma que proclama que los ricos deberían pagar cada vez más impuestos. Se llegó a plantear cobrarle a los productores rurales retenciones por el 70% de lo facturado.
En la última reforma alguien pidió una alícuota de Ganancias de 42%. Eso, sumado al IVA y a todos los impuestos existentes, daría un 65% de carga fiscal por los ingresos.
Pongamos en ese reclamo un poco de sentido común. ¿Vale la pena esforzarse y arriesgarse a emprender algo dando trabajo, para ganar solo 30%/35% de lo que uno genera?
Lo que nos quieren vender sería: si invertís y te sale mal, el 100% de las pérdidas son tuyas; si sale bien, el 65% es para el Estado y el 35% de tus ganancias es para vos. ¿Invertirías? No entremos en ideologías ni en cifras; solo usemos el sentido común: ¿qué harían en ese caso? La mayoría pierde el incentivo a crear, a arriesgar, a crecer. Con este dogma se termina provocando la fuga de capitales y, peor aún, la fuga de talentos. Los capitales se van y las inversiones no vienen porque no cierra la ecuación rentabilidad / seguridad jurídica.
Los inversores se mudan donde te cobran muchos impuestos pero te dan todos los servicios a cambio (Europa), o donde te cobran menos impuestos pero te dan la libertad individual de contratar servicios (EE.UU.). Solo los cautivos se quedan donde pagan mucho y reciben poco.
Ya no sé si es un tema de educación, o si obviamos "el sentido común".
- También están los defensores de que, si necesitamos dinero, lo único que tenemos que hacer es imprimirlo, desconociendo que un gobierno que emite dinero sin respaldo acaba empobreciendo a su pueblo vía inflación. Con una moneda sin valor, por otra parte, no podríamos pagar las divisas que necesitan las importaciones, con la consecuencia de quedar desabastecidos (Venezuela).
El sentido común nos debería avisar que, si todo fuera tan fácil como imprimir dinero, todos los países lo harían y no habría ni deudas ni problemas económicos en el mundo.
Ya no sé si es un tema de educación, o si obviamos "el sentido común".
- Sumo a esto la demagogia de que la culpa siempre es del que nos prestó dinero. En post de una mística tribunera siempre terminamos proclamando un default y expropiaciones sin medir costos. Nunca pensamos que el que cumple paga muy poco de tasa de interés y el que sale en el Veraz solo consigue prestamistas de última instancia, como el FMI, cueveros o buitres, a tasas descomunales. Es negocio ser honesto. La picardía siempre sale cara. A los holdouts, al Club de París y al FMI, en su momento les devolvimos todo y hasta con punitorios, pero al pobre ahorrista argentino siempre le hicimos quitas y lo penalizamos cobrándole impuesto a la renta financiera. Es el sentido común el que nos dice que aquí siempre ganan los buitres y los organismos multilaterales.
Refuerzo el concepto: había una vez un país que decidió en mayo de 2014, resarcir a Repsol y comprar el 51% de sus acciones en YPF. Para ello se emitieron US$6000 millones de deuda, incluido el Bonar 2024 con un interés del 8,75% anual. Ahora se está perdiendo un juicio por US$3000 millones por cómo se hizo esa operación. O sea, pagamos US$9000 millones más intereses por el 50% de una empresa que hoy, completa, vale la mitad. Hubo un ganador: "el expropiado". Y un perdedor: el contribuyente.
Ya no sé si es un tema de educación, o si obviamos "el sentido común".
- El gran Tomás Bulat invitaba a no confundir distribución con movilidad social. Distribuir es sacarles a unos para darles a otros. Movilidad social es progresar sin sacarle a otro. Supongamos que en un país viven 40 millones de personas. Para vivir dignamente es necesario comer un kilo de proteínas a diario. En ese país, cada día se generan 40 millones de kilos de proteínas y está todo tan bien distribuido que toca un kilo por persona. Por tanto, la renta per cápita anual es de 365 kilos de proteínas por persona. Pero como la tecnología avanza, supongamos que llega un tal Dylan, el genio de la genética conocido como "el Steve Jobs de la proteína", y pide quedarse con el 30% de las utilidades. Se hace cargo de contratar a Alan, un sabio de las finanzas que consigue patentar y financiar la idea y a cambio le pide el 10% y contrata a Andrés, un gran comercializador, que logra distribuir esa patente en el mundo a cambio del 10%. Con este milagro de la tecnología, la producción mundial de proteínas sube a 120 millones de kilos diarios, de los cuales Dylan, Alan y Andrés se quedan con el 33%, o sea, con 40 millones de kilos. El resto ahora tiene 80 millones de kilos y se reparten dos kilos por persona; o sea, se duplica la porción o la riqueza de todos los habitantes.
Muchos titularían con una verdad irrefutable: "Milagro, tres personas lograron duplicar la riqueza del país". Otros titularían con otra verdad irrefutable: "Drástico aumento de la desigualdad, solo tres insensibles personas se llevan un tercio de la renta del país", y proclamarán: "Echemos a esos tres vende patria y nacionalicemos el invento." Las afirmaciones son verdaderas. Todos los habitantes pueden comer el doble y la desigualdad ha crecido dramáticamente.
El objetivo de este cuento es contradecir el dogma. Es mentira que, para enriquecerse haya que empobrecer al resto.
Ya no sé si es un tema de educación, o si obviamos "el sentido común".
El autor es licenciado en Administración con un posgrado en Finanzas, especialista en Futuros y Opciones; director académico del Laboratorio de Finanzas de la UADE
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