En educación, un país con aplazos
13 de mayo de 2016

Ricardo Roa

Una sociedad que no se interesa por la calidad de su educación no tiene porvenir. Le espera más pobreza, más desigualdad, más inseguridad. Nuestra educación pública está en crisis. O peor todavía: muchos de los que deberían trabajar para revertir la crisis tienen una mirada estrábica.
Sin embargo, algo puede que comience a cambiar. El Gobierno intenta extender la escolaridad preescolar, lo que está muy bien aunque aún no hayan dicho nada sobre el modelo pedagógico. Tampoco debiera olvidar el atraso gigante que hay con la doble escolaridad. Y en Buenos Aires comenzarán a tomarse en serio las evaluaciones y los alumnos podrán ser reprobados: la demagogia pedagógica es un infantilismo que sólo conduce al fracaso.
A la medida del activismo estudiantil, el populismo kirchnerista sancionó un derecho irrestricto a la universidad que acaba de ser suspendido por la Justicia. El proyecto dormía en el Senado y de un día para otro lo despertaron para impulsar la campaña de Scioli. Puro oportunismo.
Nada define mejor a esa ley que sus fundamentos. Allí hay elogios al por mayor al sistema en Venezuela y en Cuba y sesudas interpretaciones sobre los peligros que corren nuestras universidades por la ideología neoliberal.
La ley fue impugnada por una universidad en manos peronistas, La Matanza, porque afecta su autonomía y porque no tiene recursos para atender a una masa de estudiantes que carecen de un nivel mínimo para emprender una carrera de grado.
¿Qué país en el mundo y con nuestro nivel de pobreza permite que el acceso a la universidad sea libre y gratuito? El fracaso de esta estrategia lo paga toda la sociedad. Y el costo es altísimo. No hay estímulos para el estudio y da lo mismo aprobar que no aprobar.
El ingreso es una discusión ochentista. Hoy el problema no es el ingreso. El problema es el egreso: sólo uno de cada 100 que empieza la primaria termina la universidad. Y los pobres cuyos hijos no llegan a la universidad deben pagar igual los impuestos para sostener instituciones de una calidad dudosa.
Progresistas en el discurso y conservadores en la práctica, los gremios docentes son incapaces de aceptar evaluaciones y de trabajar en base a ellas para mejorar los resultados. Lo único que dice esta resistencia es que temen cualquier cambio. Nada que hacer por ahí.
Si seguimos aplicando las mismas fórmulas no vamos a tener un resultado diferente. Esos parches improvisados han dejado escuelas empobrecidas y universidades decadentes, con tasas de egresados que son las más bajas de América latina.

Fuente Clarín  13-5-16


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