Fernando Gonzalez
Es la crónica de una muerte anunciada. La misma de cada año. El gobierno nacional, las provincias y los gremios docentes jamás pueden ponerse de acuerdo en los dos primeros meses del año y los alumnos se quedan sin poder empezar las clases. Es una tragedia repetida que sucede en el campo de batalla de la escuela pública. Porque los chicos que van a las escuelas privadas viven en otro universo. No es casual entonces que muchas de las familias de clase media baja extremen sus necesidades para poder enviar a sus hijos a pequeños colegios privados. Allí es donde se ensancha la grieta. Allí es donde el despropósito educativo de las dos Argentinas le gana la batalla a la inclusión.
Como corresponde, la primera responsabilidad es la de los gobernantes. Horacio Rodríguez Larreta le ofreció un 12% de aumento a los docentes porteños. Una cifra que está lejos del 20% de inflación que el gobierno de Mauricio Macri podría conseguir si los diez meses que quedan por delante son mucho más exitosos en la lucha anti inflacionaria que los fracasos labrados en enero y febrero. La oferta del 15% que hizo María Eugenia Vidal se acerca un poco más a la realidad pero los gremios le reclaman la misma cláusula gatillo para ajustarse a la suba de precios que se otorgó el año pasado y ahora el gobierno bonaerense se resiste a dar. La promesa de la cláusula de revisión reemplazando a la seguridad del gatillo no convence a ningún sindicalista.
No es fácil negociar con los gremios docentes. La mayoría adhieren al kirchnerismo o a la izquierda, y confunden sin arrepentirse los objetivos gremiales con la estrategia política de los dirigentes a los que responden. Les resulta natural hacerle una huelga al macrismo pero también, hace cuatro años, llegaron a hacerle un paro de tres semanas a Daniel Scioli. No aceptan los exámenes para evaluar sus conocimientos ni los cursos de capacitación. Tampoco las pruebas de nivelación para los alumnos ni la publicación de los resultados porque la competencia siempre les suena a estigmatización. No quieren cobrar un plus por presentismo porque se indignan cuando les recuerdan los altos niveles de ausentismo. Y en su lenguaje cotidiano brillan mucho más palabras como protesta, movilización o manifestación que aquellas como esfuerzo, modernización o excelencia.
El resultado de este empecinamiento que lleva tres décadas muestra a miles de estudiantes con una debilidad creciente en su formación educativa. Los estándares con los que llegan a la escuela secundaria son cada vez más bajos y para muchos de ellos las carreras terciarias o la universidad se transforman en una montaña imposible de escalar. El alumno sigue siendo la víctima propiciatoria frente a la ausencia de un consenso educativo que salte las barreras de la confrontación política y la insensatez.
La cuerda que arrastra la decadencia deberá cortarse antes de caer en el subsuelo del colapso. El trabajo y el esfuerzo que cientos de maestras y maestros sin dependencia política realizan cada día en sus escuelas tendrá que superar el egoísmo de aquellos a los que no les importa si el próximo lunes un alumno empieza a no las clases.
Fuente CLARIN
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